Editorial – mayo 2024

Editorial mayo 2024-3Maestro de la felicidad

Cuando leemos nuestro querido Libro de Urantia, podemos caer en la tentación de tratar el libro con solemnidad, seriedad y cierta grandilocuencia, dejándonos llevar por el atavismo de manejar libros sagrados y religiones organizadas. Pero, lejos de ello, el libro nos anima a contemplar el mundo con alegría y optimismo, a juzgar a los seres humanos con comprensión y a tomar los acontecimientos con perspectiva cósmica, brindando esperanza a todos los que se han cansado de escuchar que la vida es una porquería y nuestra especie un error de la evolución que debería desaparecer de la faz de la Tierra.

Etty Hillesum no es tan famosa como Anne Frank, quizás porque morir a los veintinueve años parece menos dramático que hacerlo a los quince, pero lo cierto es que las dos ardieron en los crematorios de sendos campos de concentración de la Alemania nazi.  Ambas nos dejaron unos diarios conmovedores que relataban sus penalidades y evidenciaban la resistencia del espíritu humano a hundirse en la desesperación, el odio y el rencor, incluso cuando se afronta la posibilidad de una muerte violenta y temprana. Nos han legado una gran lección de vida y esperanza.

Anne Frank nunca perdió su capacidad de alegrarse con el pequeño campo de visión que podía observar desde su escondrijo:

«Esta mañana, cuando estaba asomada a la ventana mirando hacia fuera, mirando en realidad fija y profundamente a Dios y a la naturaleza, me sentí dichosa, únicamente dichosa… Mientras una siga teniendo esa dicha interior, esa dicha por la naturaleza, por la salud y por tantas otras cosas; mientras uno lleve eso encima, siempre volverá a ser feliz.»

Anne Frank reivindicaba valores como el coraje, el amor a la naturaleza, el cuidado de los otros y la confianza en Dios. En el mundo actual, menos trágico que el suyo, esos valores despiertan escepticismo. Casi nadie se atreve a elogiar el coraje, la fe y el sacrificio. Hasta los gobiernos intentan luchar contra el deterioro ambiental, pero esa conciencia ecológica no suele ir acompañada de la mirada poética que vemos en Anne. En nuestro tiempo, líquido y cínico, ya no se cree en la conocida y vieja triada formada por la verdad, la belleza y la bondad.

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Tanto el naturalismo mecanicista de algunos hombres supuestamente cultos como el secularismo irreflexivo del hombre de la calle se ocupan exclusivamente de cosas. Están desprovistos de todo valor, sanción y satisfacción real de naturaleza espiritual y carecen asimismo de fe, esperanza y garantías eternas. Uno de los grandes problemas de la vida moderna es que el hombre piensa que está demasiado ocupado como para encontrar tiempo para la meditación espiritual y la devoción religiosa. 195:6.7 (2077.3)

Su contemporánea, Etty, también confiaba en Dios y se conmovía con la luz, el silencio, el sonido del agua y los cambios de color del cielo. Etty no se refugió en bellos sueños. Miraba el mundo cara a cara y aun así lo amaba:

«La vida me parece bonita y me siento libre. El cielo se extiende ampliamente tanto dentro de mí como sobre mí. Creo en Dios, y creo en la gente y me atrevo a decirlo sin vergüenza.»

No responsabilizaba a Dios de las calamidades de la guerra y las atrocidades nazis: «Dios no nos debe ninguna explicación, pero nosotros sí se la debemos a él». Pensaba que «la vida es bella, tiene valor y está llena de sentido». Es más, cuando llegó la hora de partir hacia Auschwitz, soñaba con ser «el corazón pensante de los barracones» y «poder actuar como un bálsamo para las heridas».

Las dos mujeres tenían, seguramente, una densidad interior, es decir, una vida espiritual y una sensibilidad especial por la belleza y las cosas sinceras. Su apuesta por la vida desde las alambradas y el cieno, su determinación de no dejarse contaminar por el odio ni renunciar a la verdad, la belleza y la bondad nos reconcilian con el mundo. Su ejemplo real, auténtico, es tan grande y esperanzador como lo es nuestro Libro de Urantia. Ellas, como El libro de Urantia, nos animan a reconciliarnos con la vida; a proclamar como ellas que, a pesar de las pérdidas y los vacíos, los fracasos y los desengaños, las abominaciones de la historia y las catástrofes de la naturaleza, la vida es bella. Es posible amar la vida. Como dice el filósofo Rafael Narbona:

«Renegar de la vida, afirmar que es absurda e intrascendente, asegurar que solo hay ruido y furia, me parece el mayor fracaso de la inteligencia humana.»

Nuestro Libro de Urantia es polifacético (ciencia, filosofía, ética, religión, antropología, etc. aparecen en él), pero nuestra forma de leerlo, y sobre todo de practicar sus enseñanzas, debe mostrar que es un libro sobre la esperanza. Es un libro que se rebela contra los heraldos del pesimismo, que no pretende perturbar sino confortar y sanar nuestro mundo y a nosotros mismos. Un libro que muestra el origen amoroso de todo:

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Dios es inherentemente amable, naturalmente compasivo y sempiternamente misericordioso. Y no es necesario ejercer influencia alguna sobre el Padre para suscitar su amorosa benevolencia. La necesidad de la criatura es totalmente suficiente para asegurar el flujo pleno de las tiernas misericordias del Padre y de su gracia salvadora. 2:4.2 (38.2)

No es un libro ingenuo. El mundo soporta grandes catástrofes: hambres, guerras, epidemias. El sufrimiento no es algo lejano que afecte a unos países lejanos hundidos en la pobreza. Puede toparse con él, a veces no es necesario salir ni de nuestro portal. En una de esas colmenas donde se agrupan los seres humanos siempre hay insatisfacción: soledad no deseada, miedo a perder lo conseguido con gran esfuerzo, incomprensión entre personas de la misma familia, proyectos que se quedaron a medio camino, etc.

Sin embargo, el ser humano no es un objeto pasivo, una criatura programada para responder a los problemas con automatismos, sino un sujeto con libertad y creatividad, capaz de razonar y buscar alternativas.

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Siempre es posible reinventarse. Siempre cabe abrir una ventana y no para saltar al vacío, sino para que entre aire fresco y para que nuestra mente, la máquina más perfecta que ha existido nunca, respire y se renueve, y pueda idear nuevas estrategias.

Jorge Guillén no se equivocaba cuando escribía sobre los momentos hermosos que nos ayudan a elevarnos:

El mundo está bien
hecho. El instante lo exalta
a marea, de tan alta,
de tan alta, sin vaivén.

Imaginemos esta escena de la vida de Jesús, ocurrida pocos días antes de la Pascua en Jerusalén, en la cual murió:

Seis días antes de la Pascua, la noche de después del sabbat, todo Betania y todo Betfagé se reunió para celebrar la llegada de Jesús con un banquete público en casa de Simón. Esta cena en honor de Jesús y de Lázaro era un auténtico desafío al Sanedrín. 172:1.2 (1878.5)

El ambiente del banquete era alegre y normal, salvo que todos los apóstoles estaban más serios que de costumbre. Jesús estaba excepcionalmente alegre y había jugado con los niños hasta el momento de sentarse a la mesa. 172:1.4 (1879.2)

No ocurrió nada fuera de lo corriente hasta cerca del final del festín, cuando María, la hermana de Lázaro, salió del grupo de mujeres espectadoras, avanzó hacia el puesto del huésped de honor donde estaba reclinado Jesús y abrió un gran frasco de alabastro que contenía un ungüento muy raro y costoso. Después de ungir la cabeza del Maestro, empezó a verterlo sobre sus pies y se soltó el cabello para secárselos con él. La fragancia del perfume impregnó toda la casa, y todos los presentes se asombraron de lo que María había hecho (…) Judas Iscariote se acercó al lugar donde estaba reclinado Andrés y dijo: «¿Por qué no se ha vendido este ungüento y se ha empleado el dinero para alimentar a los pobres? Deberías decirle al Maestro que repruebe este derroche». 172:1.5 (1879.3)

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Jesús, sabiendo lo que pensaban y oyendo lo que decían, puso su mano sobre la cabeza de María que estaba arrodillada a su lado y dijo con expresión bondadosa: «Dejadla todos en paz. ¿Por qué la molestáis por esto cuando ha hecho algo bueno según su corazón? A vosotros que murmuráis y decís que este ungüento se debería haber vendido para dar el dinero a los pobres, os diré que a los pobres los tendréis siempre con vosotros y podéis ayudarlos cuando os parezca bien, pero a mí no siempre me tendréis; pronto iré a mi Padre. Esta mujer ha guardado durante mucho tiempo este ungüento para mi cuerpo el día de mi sepultura, y si ahora le parece bien ungirme en anticipación de mi muerte, no le será denegada esa satisfacción. Al hacer esto María os ha dado a todos una lección porque manifiesta su fe en lo que he dicho sobre mi muerte y ascensión a mi Padre del cielo. 172:1.6 (1879.4)

Esta reprimenda, que tomó como una reprobación personal, indujo definitivamente a Judas Iscariote a buscar venganza para sus sentimientos heridos. Este tipo de ideas habían pasado muchas veces por su subconsciente, pero ahora se atrevía a considerar de forma consciente y abierta esos pensamientos malvados. Y vio reforzada su actitud por las críticas de muchos, dado que el precio de ese ungüento equivalía a lo que ganaba un hombre al año (suficiente para abastecer de pan a cinco mil personas). 172:1.7 (1879.5)

Esta hermosa historia nos muestra muchos aspectos interesantes: la bondad, alegría y despreocupación de Jesús ante una situación peligrosa y hostil; el amor sin barreras de su amiga María que se postra a sus pies y le regala el exquisito perfume de nardo; la bajeza de miras, la crítica dura de un «amigo» como era el apóstol Judas y su deseo de venganza, lo que nos da muestras de que no sabía dar amor y consideración hacia los demás, a pesar de llevar tanto tiempo junto al Maestro.

El evangelio es, en esta breve historia lo vemos, fuente de conflictos, de tensiones. Nadie dijo que fuera fácil, y la verdad es que la historia va mostrando cómo la buena noticia de Jesús genera incomprensión en algunos casos, rechazo en otros y hay quien al sentir esos conflictos responde con enfado, con desprecio o incluso con violencia.

Al propio Jesús esto le llevó a la cruz y los problemas comenzaron entre los suyos, que muchas veces no entendían del todo sus propuestas.

Les sorprendía un supuesto «Mesías» que renunciaba a ser proclamado rey. Les descolocaba que hiciera del servicio la mejor forma de autoridad. Sus paisanos se quedaban a cuadros cuando veían la enorme libertad de su maestro para tratar con todo tipo de personas, saltarse las convenciones que le parecían ridículas y también hablar sin tapujos, aunque lo que dijera pudiese sentar mal a los interlocutores. La verdad es que el evangelio es primero y sobre todo una buena noticia, pero también es fuente de zozobra.

¿Cabe un evangelio sin conflicto? Entonces no es el evangelio de Jesús. No se trata de que uno deba vivir el evangelio en constante batalla. No se trata de estar a la defensiva para parar los golpes que puedan venir, ni al ataque para imponer una única forma de ver las cosas. Es más bien que, cuando se deja que la lógica del evangelio vaya extendiéndose por la vida, entonces termina generando dinámicas nuevas, y esas dinámicas implican desajustes y algún que otro desbarajuste. ¿De qué conflictos hablamos?

Hay conflictos dentro de nosotros pues las enseñanzas del Maestro nos desinstalan, nos transforman la mirada, nos invitan a dar pasos que no suelen ser fáciles. Nos proponen un horizonte maravilloso, que nos atrae y fascina, pero que implica romper inercias, exigirnos… exigirnos a veces mucho.

También hay conflictos interpersonales. Nos hace lúcidos sobre nuestro mundo y sobre lo que nos rodea. El evangelio nos invitará a denunciar actitudes impropias, hipócritas, que pueden ocurrir en cuestiones cotidianas (no solo en cuestiones de repercusiones mundiales). El conflicto surge cuando tengo que elegir entre decir la verdad o mantener un silencio cómplice; cuando tengo que oponerme a algo que entiendo que es inmoral, o puedo decidir ignorarlo o despreocuparme.

Y aquí llegamos al gran conflicto: una forma de amor distinta.

Lo más sorprendente del evangelio, y a menudo la fuente de mayores tensiones personales, interpersonales y sociales, es que no solo plantea un horizonte determinado, sino que Jesús propone un camino sorprendente para alcanzar esas metas. Es una forma concreta de amar, de servir, de perdonar una y mil veces. Todos querríamos un mundo mejor. Lo sorprendente del evangelio es el camino elegido: un amor radical, el único camino que realmente cambiará el mundo, el que nos ofrecerá la felicidad.

Puede alegarse que hasta el momento tampoco parece que el amor haya tenido mucho éxito. Quizá porque demasiadas veces la fe se reduce a prácticas, rituales, a afirmaciones, a creencias o a doctrinas, pero no se lleva hasta ese núcleo último que es la capacidad de amar sin medida, sin exigir a cambio nada, pensando en lo mejor para el otro, y especialmente para quienes más heridos están. Sin embargo, sin esa creencia en el poder transformador del amor que tenía Jesús no se entiende nada de cuanto hacía el Maestro, o se entiende mal.

Sin amor, el deseo de libertad puede transformarse en odio al opresor; el deseo de fraternidad puede convertirse en dictadura de la igualdad; el deseo de justicia puede desembocar en afán de venganza; el afán de buscar la verdad puede conducir al fundamentalismo excluyente o a la dictadura ideológica; la capacidad de crítica puede levantar muros de incomprensión y rechazo cuando no existe el amor.

¿Y con amor? Pues con amor las cosas tampoco son fáciles, pero tienen otro sentido. En el episodio de la cena en Betania observamos diferentes formas de manifestar el amor, y en Judas y en los que perseguían al Maestro vemos la falta de un verdadero amor. Por amor darás una y otra vez oportunidad a las personas, aunque haya quien se escandalice. Por amor abandonas seguridades para ser tenido por loco, necio o imprudente. Por amor dialogas con el otro para encontrarte con él, no para imponerte a él. Por amor te atreves a decir la verdad, aunque es verdad que pueda herir a otros y volverse contra ti.

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¡Qué despertar experimentaría el mundo solo con que pudiera ver a Jesús tal como vivió realmente en la tierra y conocer de primera mano sus enseñanzas dadoras de vida! Las palabras que describen cosas bellas no pueden emocionar tanto como la visión de esas cosas, ni tampoco pueden las palabras de un credo inspirar a las almas de los hombres como la experiencia de conocer la presencia de Dios. 195:9.8 (2083.4)

Así que ahí radica el verdadero conflicto, el motivo de nuestra esperanza: en la capacidad de soñar un mundo en el que el amor vaya instaurándose, en el que la esperanza se vuelva real y en decidir pasar de soñar a aterrizar ese sueño. En la determinación de vivir, como Anne y Etty, para otros y para la esperanza. En la disposición de elegir un camino sorprendente, para algunos incomprensible (como le ocurrió a Judas) y para otros admirable: el camino del amor incondicional, el camino del Maestro, el camino de la auténtica felicidad. Ese es nuestro reto: convertirnos también en maestros de la felicidad.