No podría afirmar que el texto incluido abajo sea mi preferido, pues hay muchos otros que resuenan particularmente según mi ánimo en diversas circunstancias. Pero una fuerte tendencia a la racionalización, que me lleva a pasar por el filtro de la mente todo aquello que me concierne de modo especial, pone en evidencia mis limitaciones en lo que respecta a la fe.
Por lo general, nuestra vida transcurre por un primer período en el que aquello que llamamos fe se limita a nuestra sumisión a un conjunto de rancias creencias y a rituales sin sentido que finalmente acabamos rechazando.
Buscando alternativas a esas fórmulas obsoletas, algunos hemos llegado al encuentro de EL LIBRO DE URANTIA, que satisface nuestra avidez hacia los profundos misterios de la existencia. Su contenido, de gran coherencia intelectual y una especial belleza, causa fuerte sensación de seguridad (que podría llegarse a calificar como ingenua) entre muchos seguidores, provocando una ciega adhesión a sus afirmaciones.
Pero no creo que esto sea suficiente. Pretender explicar las eternas cuestiones de la filosofía a través de la razón impide que lleguemos a asimilarlas por vía «cordial», esto es, a través del corazón. Estamos tratando nada menos de quién es o pueda ser Dios, del propósito del cosmos, de nuestro lugar dentro de él. Y tales preguntas no pueden tener una respuesta satisfactoria reduciéndolas al ámbito de las ideas, sin dejar paso al de los sentimientos.
El hombre es un ser complejo, en el que sus componentes más valiosos son los que tienen vocación de trascendencia: su espíritu y su mente. El primero tiene una especial conexión con la Divinidad, e incluso forma parte sustancial de ella; es el encargado de insinuar a la mente (la razón) el mejor camino a seguir en cada momento. Por su parte, esta recibe sus recomendaciones; las medita y finalmente decide. El problema radica en cuál de estas dos fases tiene mayor peso en nuestras decisiones habituales. Y ocurre con frecuencia que en las personas «razonadoras» es la última quien sale vencedora.
¿Cómo superar este inconveniente? La solución la señaló el propio Jesús a Nicodemo, el influyente fariseo miembro del Sanedrín, intelectual honrado atraído por las doctrinas de Jesús, pero incapaz de abandonar su cómoda situación social y su apego a creencias seculares. Jesús le pide nacer de nuevo; debía dar un entero revolcón a su vida. (LU; páginas 1601 y ss)
Nicodemo se marchó perplejo: ¿qué significa “nacer de nuevo”?
La explicación radicaría en que hay que abandonar el predominio de la razón como único argumento para establecer nuestras creencias. Debemos consolidarla con las insinuaciones del sentimiento, con una actitud de serena confianza y abandono total de la voluntad hacia sus sugerencias. Permitir al corazón que tome parte activa en nuestras decisiones, hasta lograr «sentir nuestros pensamientos y pensar nuestros sentimientos».
Esta entrega de la voluntad es la actitud del niño pequeño que se encuentra seguro y feliz en brazos del padre y confía por completo en él.
Es de esta manera cuando se siente plenamente el valor vivificante y liberador de la fe y se asimila cuanto señala la cita que sigue. De modo preciso y poético, el texto destaca la enorme diferencia entre las creencias comunes, surgidas del estudio (en el mejor de los casos), o de la costumbre (la rutina) en la mayor parte de los creyentes, y la fe surgida de ese vuelco del corazón que llega a motivar la vida.
101:8.1 (1114.5) La creencia ha alcanzado el nivel de la fe cuando motiva la vida y da forma al modo de vivir. La aceptación de una enseñanza como verdadera no es fe, es mera creencia. Tampoco la certeza ni el convencimiento son fe. Una actitud mental no alcanza los niveles de la fe hasta que domina efectivamente la manera de vivir. La fe es un atributo vivo de la auténtica experiencia religiosa personal. La persona cree en la verdad, admira la belleza y venera la bondad, pero no las adora. La actitud de fe salvadora se dirige solo a Dios, que es la personificación de todo esto e infinitamente más.
101:8.2 (1114.6) La creencia es siempre limitadora y vinculante; la fe es expansiva y liberadora. La creencia fija, la fe libera. Pero la fe religiosa viva es más que una asociación de creencias nobles; es más que un sistema enaltecido de filosofía; es una experiencia viva sobre significados espirituales, ideales divinos y valores supremos; es conocedora de Dios y servidora del hombre. Las creencias pueden llegar a ser posesión colectiva, en cambio la fe tiene que ser personal. Se pueden proponer creencias teológicas a un grupo, pero la fe solo puede surgir en el corazón de cada persona religiosa individual.