Comencemos contando una antigua historia:
Preguntaba el monje:
«Todas estas montañas y estos ríos y la tierra y las estrellas… ¿de dónde vienen?
Y preguntó el Maestro: «¿Y de dónde viene tu pregunta?»
¡Busca en tu interior!
Este breve cuento nos muestra una gran verdad: la percepción de lo divino está al alcance de todos. Tantas personas lo han vivido en miles de siglos, sin necesidad de intermediarios, en diferentes culturas, que nos debe hacer reflexionar sobre nuestro propio acercamiento a la divinidad. La vivencia trascendente es algo que puede estar en nuestras manos, sí, pero eso no implica que el mundo nos estimule a ello.
Nos decía cientos de años atrás Agustín de Hipona estas maravillosas palabras que merecen releerse varias veces:
«Tarde te amé, hermosura tan antigua, y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que Tú estabas dentro de mí, y yo fuera; y fuera te buscaba yo, y me arrojaba sobre esas hermosuras que Tú creaste.
»Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me mantenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían.»
El libro de Urantia también afirma esta unión de Dios con sus criaturas en lo más interior de nuestra mente:
107:0.1 Aunque el Padre Universal resida personalmente en el Paraíso, en el centro mismo de los universos, también está realmente presente en los mundos del espacio en las mentes de sus incontables hijos temporales, porque mora en ellos en forma de Monitores Misteriosos. El Padre eterno está a la vez más lejos que nadie y más íntimamente asociado que nadie con sus hijos mortales planetarios.
Pero si observamos nuestra actual civilización planetaria, ¿se produce de forma cotidiana esta conexión (por lo demás, tan deseada por la divinidad) entre nosotros y nuestro Dios interior?
Desgraciadamente el materialismo, el secularismo, el cientificismo y una herencia material y espiritual que ha avanzado a trompicones no facilitan esta deseable conexión.
El anuncio de Nietzsche de «Dios ha muerto» nos mostró ya en el siglo XIX una gigantesca oleada distópica originada y promovida por una profunda y potente corriente de materialismo. Surgía, entre otros factores y según nos dice El libro de Urantia, de una reacción poderosa al totalitarismo eclesial y mental de la Iglesia:
195:8.2 La madre del secularismo moderno fue la Iglesia cristiana totalitaria medieval. El secularismo se inició como protesta creciente contra la dominación casi completa de la civilización occidental por parte de la Iglesia cristiana institucionalizada.
195:8.4 Se necesitó una gran fuerza, una poderosa influencia, para liberar la vida y el pensamiento de los pueblos occidentales de la garra atrofiante de una dominación eclesiástica totalitaria. El secularismo rompió las ataduras del control de la Iglesia y amenaza ahora a su vez con establecer un nuevo tipo de dominio sin dios en el corazón y la mente del hombre moderno. El Estado político tiránico y dictatorial es vástago directo del materialismo científico y el secularismo filosófico.
Actualmente, se impone un paradigma completamente aferrado a lo material y al pequeño yo. Predomina una visión de la vida que rechaza lo trascendente y echa al ser humano en los brazos de lo superficial y evanescente. Y expulsada así la Espiritualidad (con mayúsculas) de nuestras vidas y sociedad, ¿qué queda?
Nos queda, según Emilio Carrillo, «una uniformidad disfrazada de teóricas opciones personales tan vanas como inconsistentes; y una globalización que arrasa los principios y fundamentos relevantes y extiende y asienta los falsos valores del rebaño… Los seres humanos que caen en esta insensata dinámica son poco menos que “suicidas”, puesto que, al “matar a Dios”, también “matan” la divinidad que atesoran en su Esencia. Es decir, “matan” a su verdadero ser y su auténtica naturaleza».
No es de extrañar que esta consideración del ser humano haya promovido extremos como la ideología actualmente tan en boga del transhumanismo, un auténtico anti-humanismo. Los transhumanistas no valoran demasiado al ser humano. Consideran que no tenemos ninguna esencia: somos solo la paquetería, como el USB, de un código de información que puede reducirse finalmente a lenguaje binario. Las computadoras son más confiables y pueden hacerse de tal forma que duren mucho más que el cuerpo humano (esa masa sucia de pus, sangre y tripas).
Actualmente, la joya de la corona del transhumanismo es su idea de descargar la conciencia humana a una computadora y permitir que viva para siempre o casi para siempre experimentando un paraíso artificial de puro placer digital dentro de un soporte de silicio. Los transhumanistas buscan escapar hacia la pura conciencia, pero a través de la misma materia, bajo la premisa de que ni el espíritu ni un plano trascendente existen, solo existe la información: la realidad es información y el ser humano una computadora. Su tesis se basa en una conjetura no demostrada hasta el momento: que la conciencia es un fenómeno emergente, algo que brota del cerebro y que puede reducirse a puros procesos materiales y por lo tanto puede imitarse y trasladarse de un soporte a otro.
Frente a esta visión tan plana del ser humano, frente a una visión que promueve la digitalización de todos los aspectos de nuestras vidas, tenemos el valioso aporte de El libro de Urantia:
195:6.11 (2077.7) Decir que la mente «emergió» de la materia no explica nada. Si el universo fuera un mero mecanismo y la mente no existiera aparte de la materia, no tendríamos nunca dos interpretaciones diferentes de cualquier fenómeno observado. Los conceptos de verdad, belleza y bondad no son inherentes ni a la física ni a la química. Una máquina no puede conocer, y mucho menos conocer la verdad, tener hambre de rectitud y apreciar la bondad.
El libro de Urantia nos habla con claridad de que poseemos una mente extraordinaria, con capacidades que escapan del materialismo ramplón en el que nos quieren sumir. Pensemos, por ejemplo, en el arte y su potencial para elevar nuestra mente cotidiana hacia mayores niveles de abstracción:
195:7.15 (2079.10) El arte prueba que el hombre no está mecánicamente determinado, pero no prueba que sea espiritualmente inmortal. El arte es la morontia del mortal, el terreno intermedio entre el hombre material y el hombre espiritual. La poesía es un esfuerzo por escapar de las realidades materiales hacia los valores espirituales.
Es más, El libro de Urantia es muy tajante:
195:6.2 Sea cual sea el conflicto aparente entre el materialismo y las enseñanzas de Jesús, podéis estar seguros de que las enseñanzas del Maestro triunfarán plenamente en las edades por venir. En realidad, la verdadera religión no puede entrar en controversia con la ciencia porque no se ocupa en modo alguno de las cosas materiales.
En consecuencia, los lectores de El libro de Urantia vamos contra corriente de lo que el mundo promueve. El libro azul nos invita a realizar algo con enormes beneficios, que nos une a la gran fuente. Una búsqueda personal e intransferible, una aventura sin fin.
El místico regresó del desierto. «Cuéntanos», le dijeron con avidez, «¿cómo es Dios?».
Pero ¿cómo podría él expresar con palabras lo que había experimentado en lo más profundo de su corazón?
¿Acaso se puede expresar la Verdad con palabras?
Al fin les confió una fórmula -inexacta, eso sí, e insuficiente-, en la esperanza de que alguno de ellos pudiera, a través de ella, sentir la tentación de experimentar por sí mismo lo que él había experimentado. Ellos aprendieron la fórmula y la convirtieron en un texto sagrado. Y se la impusieron a todos como si se tratara de un dogma. Incluso se tomaron el esfuerzo de difundirla en países extranjeros. Y algunos llegaron a dar su vida por ella.
Y el místico quedó triste. Tal vez habría sido mejor que no hubiera dicho nada.
Seamos como el místico, unidos a la divinidad desde nuestra mente y corazón, fuera de normas, dogmas y ritos.
Libres, como son libres los auténticos hijos e hijas de Dios.