Inigualables familias
En nuestra vida cotidiana, donde la avalancha de información que nos rodea nos aturde, los «expertos» pontifican sin profundizar sobre todas las cuestiones y donde la aceleración es la tónica corriente, todo nos conduce hacia «la vida exterior» es decir, hacia lo que es sensorial, material, las relaciones causa-efecto. Todo son respuestas y casi no queda espacio para las preguntas que no tengan respuesta rápida, que requieran profundidad, llegar a la hondura del mundo. Pero si hay vida exterior, por contraposición hay vida interior o supermaterial. ¿No te parece, querido lector/a?
El arte de la vida interior es sutil y extenso. Como lo entiende El libro de Urantia, se refiere a un viaje que puede ir desde el conocimiento de uno mismo hasta la fusión con el Ajustador del Pensamiento y el posterior desarrollo como seres espirituales absonitos, recurriendo a la meditación, la oración y la adoración en solitario, cierto, pero sobre todo (como veremos en varios ejemplos a continuación), viviendo nuestra existencia en familia, en grupo.
El desarrollo de esta vida interior tan preciada desemboca en algo inefable que está en nuestro interior, un vacío, algo innombrable, lo no abarcable… pero que da sentido a nuestra vida: la divinidad.
«La aventura más grande del hombre en la carne consiste en un esfuerzo bien balanceado y sano por avanzar los límites de la autoconciencia hasta los ocultos reinos de la conciencia embriónica del alma en un esfuerzo sincero por alcanzar el terreno que linda con la conciencia espiritual —al contacto con la presencia divina.» (Doc.196)
El viaje de la vida interior nos permite entrar en contacto y unirnos a este centro en nuestro interior, que es llamado por Jesús de Nazaret con términos como «reino dentro de vosotros», «perla», «tesoro», «semilla», «luz»…
Un viaje donde se avanza a mar abierto: un mar sin orillas que el ojo pueda distinguir. No hay huellas tras de sí, no hay camino trazado por delante. Ningún puerto tranquilo para refugiarse, tampoco ancla para fijarse, las amarras se han roto. El viaje interior es el de un navegante solitario.
Uno puede consultar especialistas, proveerse de libros relatando las exploraciones análogas a la de cada uno, pero cada persona deberá hacer su propia investigación interior, su desarrollo personal. No obstante, la descripción de los senderos recorridos por los demás anima. Nos encontramos con compañeros y compañeras de viaje, y poco importa la época en la cual han vivido. Asomémonos a ver unos cuantos de estos compañeros/as del viaje eterno.
Si nos situamos hace cerca de un millón de años, en este mismo planeta, en la zona del mar Caspio, encontraremos una curiosa pareja de seres humanos. Realmente, los primeros seres humanos. Seguramente ya sabrás de quien hablo: Fonta y Andon, unos gemelos que destacaron sobre sus coetáneos por su inteligencia, desarrollo espiritual y por marcar la entrada de nuestro planeta en la lista de planetas habitados por seres con potencial espiritual.
Fue impactante que esta sencilla pareja pensara con tal claridad y tomara una decisión deliberada de huir de su tribu, de su hogar hacia el desconocido norte, pues sentían que eran diferentes y algo más que unos simples animales. Recordemos, el libro nos dice que «cuando el animal se vuelve consciente de sí mismo, se convierte en un hombre primitivo».
Este trabajo mental hizo posible que, por fin, el espíritu de la sabiduría pudiera entrar en contacto con estas dos mentes ya humanas, que tenían ¡¡11 años!! El Ajustador del Pensamiento los habitó y fueron unos maravillosos seres que tuvieron 19 hijos/as y trabajaron sin cesar por alimentar y edificar su clan, hasta que un terremoto los mató a ambos con 42 años.
Querido lector de este boletín: ¿no te llama la atención que estos seres humanos tan primitivos, nuestros verdaderos primeros padres, consiguieran fusionarse en Jerusem con su Ajustador y ahora están por tiempo indefinido en el primer mundo mansión, para ayudar a los peregrinos que llegan de Urantia? Si humanos tan primitivos, con escaso desarrollo tecnológico, dedicados a la supervivencia, el sustento y cuidado de su prole, han logrado el progreso espiritual, esto nos debe dar esperanza: algo hicieron muy bien.
Si damos otro salto en el tiempo, nos podemos encontrar con otra pareja crucial en nuestro planeta y sobradamente conocida, aunque de origen extraterrestre.
Hace unos 37 000 años llegaron dos transportes seráficos al Jardín del Edén con los dos mejoradores biológicos: Adán y Eva, unos seres hermosos y majestuosos que medían la friolera de 2,5 m.
También ellos, como Andon y Fonta, tuvieron unas vidas con grandes retos y sufrimientos: ningún Adán y Eva de servicio planetario había tenido ante sí un trabajo tan difícil como en Urantia. Estaban solos, aislados, y sufrieron la resistencia directa y bien organizada de Caligastia y Daligastia, unos brillantes seres celestiales.
Cayeron en la trampa que les tendió Caligastia, erraron en su juicio, se precipitaron con impaciencia en buscar atajos a los planes divinos, que establecían un plan más amplio y de más largo alcance.
Tuvieron que abandonar el jardín de Edén y sufrieron la separación de gran parte de sus hijos/as que fueron llevados por transporte seráfico a Edentia. Empezaron de cero a construir un nuevo centro cultural y espiritual en el segundo jardín de Edén.
Esta sería, a grandes rasgos, su trayectoria vital.
Es de resaltar que, siendo seres celestiales de gran poder espiritual, coincidían con sus primitivos predecesores en haber llevado una vida material compleja y difícil, así como haber fundado una familia numerosa también. Y, no lo olvidemos, en haber conseguido un Ajustador del Pensamiento.
Demos un último salto de miles de años, hasta hace algo más de 2000 años, al territorio de Palestina. Nuevamente vemos a otra pareja que nació y murió en Urantia.
Hablamos de María y José, los padres terrenales de Jesús de Nazaret. Ambos poseían la combinación más ideal de vastos vínculos raciales y de dotaciones de personalidad superiores a la media. Por ello fueron elegidos por una comisión para ser los padres terrenales de Miguel de Nebadon.
Eran una pareja joven y enamorada, trabajadores los dos (carpintero/constructor él y tareas domésticas como tejer, ordeña, lavar, etc. ella), instruidos para su tiempo, padres de una familia numerosa (9 hijos/as), buenos educadores a pesar de tener que sufrir persecución, problemas económicos, y la ardua tarea de educar a un niño como Jesús, inteligente y muy observador, aceptando así el mandato del cielo de ser padres del «niño del destino».
Aunque tuvieron el alto privilegio de estar cerca de un ser divino como Jesús, la vida familiar fue dura también pues:
- Acontecieron dos muertes (Amós y José)
- José y María protegieron a Jesús frente a amenazas de muerte, enfermedades, accidentes…
- Hubo cada vez más incomprensión de la familia hacia el papel salvador de Jesús
- Tras la muerte de José, fueron pasando por penurias económicas mayores.
Nuevamente nos encontramos con otra pareja excepcional que tuvo que lidiar con grandes problemas y esto contribuyó poderosamente a desarrollar en ellos unos caracteres fuertes y nobles, a pesar de todo.
Podemos extraer múltiples enseñanzas de estas tres parejas, pero en este número del boletín no nos vamos a extender en ello.
Resaltamos por encima de todas, estas dos:
1) La paternidad o trabajo en familia ES MUY IMPORTANTE EN EL DESARROLLO DE LA VIDA INTERIOR
¿No os parece muy interesante que estas tres parejas tan cruciales en nuestra historia planetaria formaran familias numerosas? ¿Por qué es importante formar familias con hijos/as en nuestro desarrollo interior o espiritual?
El libro de Urantia resalta:
«La familia es la unidad fundamental de la fraternidad en la que padres e hijos aprenden esas lecciones de paciencia, altruismo, tolerancia e indulgencia que son tan esenciales para la realización de la hermandad entre los hombres.» 84:7:28 (941.9)
Es válido que podamos especular y preguntarnos: el fallecimiento de José, el padre de Jesús de Nazaret, ¿estuvo «programado» para que también nuestro creador se desempeñara como padre de familia? El libro de Urantia nos recuerda que el mismo Jesús valoraba extraordinariamente la familia, pues era el núcleo de su mensaje: la fraternidad universal, cósmica, de los hijos e hijas de un mismo Padre.
La familia ocupaba el centro mismo de la filosofía de la vida de Jesús —aquí y en lo sucesivo. Las enseñanzas sobre Dios las basaba en la familia, tratando al mismo tiempo de corregir la tendencia judía de honrar excesivamente a los antepasados. Exaltaba la vida familiar como el deber más alto de la humanidad, pero decía claramente que las relaciones familiares no deben interferir con las obligaciones religiosas. Llamaba la atención sobre el hecho de que la familia es una institución temporal; que no sobrevive a la muerte. Jesús no vaciló en dejar a su familia cuando la familia fue en contra de la voluntad del Padre. Enseñó la nueva y más amplia hermandad del hombre —la de los hijos de Dios. 140:8.14
2) El Amor es la clave que une a los individuos que conforman la familia.
Andón y Fonta, Eva y Adán, María y José se amaban profundamente y querían estar juntos. Adán llegó al extremo de faltar voluntariamente a su deber antes que permanecer miles de años en la Tierra sin su compañera.
«El amor es la motivación más alta que el hombre pueda utilizar en su ascensión en el universo. Pero el amor, si se lo despoja de la verdad, la belleza y la bondad, es tan sólo un sentimiento, una distorsión filosófica, una ilusión psíquica, una decepción espiritual.» (doc. 196)
Un amor que tiene un origen divino que nos trasciende y nos une a la gran familia cósmica de seres únicos e inigualables:
El amor del Padre individualiza absolutamente cada personalidad como un hijo único del Padre Universal, un hijo sin duplicado en el infinito, una criatura volitiva irremplazable en toda la eternidad. El amor del Padre glorifica a cada hijo de Dios, iluminando a cada miembro de la familia celestial, perfilando agudamente la naturaleza única de cada ser personal frente a los niveles impersonales que se hallan fuera del círculo fraterno del Padre de todos. El amor de Dios retrata vivamente el valor trascendente de cada criatura volitiva, inequívocamente revela el altísimo valor que el Padre Universal ha colocado sobre todos y cada uno de sus hijos, desde la más elevada personalidad creadora de estado paradisiaco hasta la personalidad más inferior de dignidad volitiva entre las tribus de los hombres salvajes en los albores de las especies humanas, en algún mundo evolutivo del tiempo y el espacio. 12:7.9 (138.4)
El amor mismo de Dios por el individuo crea la familia divina de todos los individuos, la fraternidad universal de los hijos del libre albedrío del Padre del Paraíso. 12:7.10 (138.5)
El libro de Urantia nos inspira a crear lazos de familia, cierto, pero sabiendo que la familia terrenal crece y se expande abarcando la fraternidad universal de todos los hijos/as de Dios, de todos los habitantes de este inconmensurable gran universo:
Dijo Jesús: «Los pueblos de otra era comprenderán mejor el evangelio del reino cuando se lo presente en términos que expresen la relación familiar —cuando el hombre comprenda la religión como la enseñanza de la paternidad de Dios y de la hermandad de los hombres, la filiación con Dios». Luego el Maestro discurrió con cierta amplitud sobre la familia terrestre como ilustración de la familia celestial, volviendo a declarar las dos leyes fundamentales del vivir: el primer mandamiento de amor al padre, el jefe de la familia, y el segundo mandamiento de amor mutuo entre los hijos, de amar a tu hermano como a ti mismo. 142:7.4 (1603.5)
En consecuencia, los que somos padres/madres de familia, sabemos las duras y apasionantes tareas y responsabilidades que debemos ejercer con nuestros hijos/as, pero sin olvidar que estos son compañeros/as de viaje que crecerán para tener su propio papel en la gran familia celestial, pero no son nuestras pertenencias. Como diría el poeta: son tus hijos, pero no son tuyos.
Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida
deseosa de sí misma.
No vienen de ti, sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas,
porque ellos
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar,
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerles semejantes a ti,
porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas,
son lanzados.
Deja que la inclinación,
en tu mano de arquero,
sea para la felicidad.
Amemos pues a nuestra familia en la Tierra, asumamos sus logros y sus problemas, defendamos su gran valor en la escala cósmica…pero sin olvidar la perspectiva cósmica que le da su mayor sentido.
El mundo necesita estos ejemplos de familias que hemos resaltado más arriba. Ahora es el momento.
«Recuerda que el momento más adecuado es solo uno: ahora, y es el más importante porque solo en él somos dueños de nosotros mismos.»
León Tolstói