La gratitud: el camino de Jesús
Es muy posible que hoy hayas podido comer. Que disfrutes de un techo, de ropa, de acceso a medicinas. Es posible que tengas en tu vida gente que te quiere y a quien quieres. Quizá tienes fe, que te ayuda en muchos momentos de la vida.
¿Problemas? Seguro que también los habrá. ¿Miedos? ¿Nostalgias? Algunas habrá. ¿Heridas? Más de una, pues no vivimos en una burbuja.
O sea, que estás vivo.
Uno de los grandes retos de la sociedad consumista es reconocer que mucho de lo que tenemos es un privilegio, descubrir la enorme bendición de muchas de las cosas que podemos disfrutar.
Hoy se habla de derechos, se exige. Se aspira a tanto y se pide tanto que podemos perder la conciencia de lo afortunados que somos. Hay tantas cosas que habrían podido ser de otra forma en nuestra vida… y sin embargo, alguien ha puesto en nuestro horizonte ternura, confianza, oportunidades, perdón.
Protestamos porque es nuestro derecho y nuestro deber, y no se trata de ser rebaños dóciles y gregarios. Así que protestamos cuando nos fallan los políticos, los amigos, los profesores, etc. Siempre hay motivos de protestar, porque siempre hay lagunas y carencias. En todos los ámbitos cabe alguna reivindicación.
Pero es necesario poder dedicar, también, un tiempo a disfrutar de lo que sí hay, de lo que ya tenemos, de lo que forma parte de nuestra vida. A no vivir únicamente guiados por el siguiente deseo, la próxima batalla o la última insatisfacción. A dejarnos guiar, también, por la gratitud y la alegría de lo ya recibido.
Daré gracias a Dios todos los días por sus dádivas inefables, lo alabaré por sus obras maravillosas para los hijos de los hombres. 131:10.6
¿Y qué significa amar a Dios? A Dios no se le ama del mismo modo que se ama a las personas a las que uno puede ver, oír y tocar. Porque Dios no es una persona en el sentido en que nosotros usamos esta palabra. Dios es el Desconocido. El totalmente Otro. Dios está por encima de expresiones tales como él o ella, persona o cosa.
Cuando decimos que la audiencia llena la sala y que la voz del cantante llena también la sala, estamos empleando la misma palabra para referirnos a dos realidades totalmente diferentes. Cuando decimos que amamos a Dios con todo nuestro corazón y que amamos al amigo con todo nuestro corazón, estamos también empleando las mismas palabras para expresar dos realidades totalmente diferentes. Porque la voz del cantante en realidad no llena la sala, y no podemos realmente amar a Dios en el sentido corriente de la palabra.
Amar a Dios con todo el corazón significa decir un «sí» incondicional a la vida y a todo lo que la vida trae consigo; aceptar sin reservas todo lo que Dios ha dispuesto con relación a la propia vida; tener la actitud que tenía Jesús cuando dijo: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Amar a Dios con todo el corazón significa hacer propias las célebres palabras de Dag Hammarskjold:
«Por todo lo que ha sido, gracias. A todo lo que ha de ser, sí.»
La gratitud es imprescindible en nuestras vidas. Jesús lo tenía muy claro:
Jesús deploraba que hubiera tan poco espíritu de acción de gracias en las oraciones y la adoración de sus seguidores, y citó este pasaje de las Escrituras: «Bueno es dar gracias al Señor y cantar alabanzas al nombre del Altísimo, anunciar por la mañana su bondad y su fidelidad por las noches, porque Dios me ha alegrado con sus obras. Daré gracias por todas las cosas conforme a la voluntad de Dios». 146:2.15
Quizás, lo primero y más inmediato que podríamos realizar sería comenzar por agradecer la vida a Dios nuestro Padre. Este es el primer regalo que tenemos. Una vida plena de posibilidades se abre cuando abrimos los ojos a la vida en la Tierra. También habrá tormentas, pero, sobre todo, será una historia en la que podemos construir, soñar, amar, aprender, equivocarnos…
También podríamos dar las gracias por aquellas personas que han dejado huella en nuestra historia personal. Comenzando por nuestros padres, que seguramente hicieron lo que mejor pudieron en sus circunstancias. Gracias por su tiempo, su dedicación, su intento de darnos lo mejor, su cariño.
Y podríamos seguir por familiares y amigos, otras personas que se han cruzado en nuestro camino. Se da por sentado que están ahí y llegamos a descuidar apreciarlas. ¿Cómo no agradecer cada día el regalo que son?
¿Y el día de hoy? También podemos agradecer las presencias de hoy. Tantos nombres que van poblando nuestras jornadas. Tantas personas que nos muestran facetas de nosotros mismos. Es curioso cuánto tiempo puede dedicarse a la crítica, mucho más que el que dedicamos a disfrutar de las capacidades, talentos y aportaciones ajenas. Sin embargo, son los lazos personales nuestra mayor riqueza.
Jesús oró así de pie al borde del agua: «Padre, te doy las gracias por estos pequeños que ya creen a pesar de sus dudas. Por ellos me he apartado para hacer tu voluntad. Que aprendan ahora a ser uno como nosotros somos uno». 137:6.6
En un mundo tan golpeado, donde para tantas personas vivir es sobrevivir, muchas de nuestras vidas son simplemente maravillosas. Esto debería implicar una gratitud profunda y quizás indefinida; una gratitud básica: la de quien se instala en una aceptación serena de la existencia, de la vida que nos permea. Una vida cuidada y regalada por nuestro progenitor común, por la fuente de todo, por el Padre infinito de sus infinitos hijos e hijas.
Y siguió diciendo: «No os preocupéis demasiado por vuestras necesidades diarias; no os inquietéis por los problemas de vuestra existencia terrenal. En todas estas cosas exponed vuestras necesidades ante vuestro Padre del cielo mediante la oración y la súplica con espíritu de sincero agradecimiento». 146:2.16
Se trata de estar presente en nuestra vida, de responder, contagiando y compartiendo. Contagiar los motivos para la alegría. Compartir las oportunidades. Multiplicar los frutos. Responder a las palabras, los gestos, los abrazos, con nuevas palabras, gestos y abrazos. Compartir las risas y los motivos que vamos encontrando día a día. Y agradecer, siempre.
Jesús tomó los panes en sus manos, y después de dar gracias, partió el pan y se lo dio a sus apóstoles, que se lo pasaron a sus compañeros, quienes a su vez lo llevaron a la multitud. 152:2.9
Existe una hermosa historia en El libro de Urantia (y en los evangelios) que podemos traer aquí, pues nos hace reflexionar sobre la gratitud. Se trata de la narración de los hechos que ocurrieron en Amatus, ciudad fronteriza con Samaria, lugar donde «un grupo de diez leprosos se habían instalado temporalmente cerca de ese lugar. Nueve de ellos eran judíos y uno samaritano». 166:2.1
Veamos lo que ocurrió.
Los diez leprosos se habían apostado a las afueras de la ciudad, donde esperaban atraer su atención y pedirle que los curara. Cuando vieron llegar a Jesús no se atrevieron a acercarse a él y le gritaron desde lejos: «Maestro, ten misericordia de nosotros; límpianos de nuestro padecimiento. Cúranos como has curado a otros».
Jesús acababa de explicar a los doce por qué los gentiles de Perea y los judíos menos ortodoxos estaban más dispuestos a creer en el evangelio predicado por los setenta que los judíos de Judea, más ortodoxos y más atados a la tradición. También les había recordado que su mensaje había sido mejor recibido por los galileos e incluso por los samaritanos, pero los doce apóstoles aún no estaban dispuestos a ver con buenos ojos a los samaritanos a los que habían despreciado durante tanto tiempo.
Por eso cuando Simón Zelotes vio que había un samaritano entre los leprosos intentó incitar al Maestro a pasar de largo hasta la ciudad sin perder ni un minuto en saludarlos. Pero Jesús dijo a Simón: «¿Y si el samaritano ama a Dios tanto como los judíos? ¿Vamos a juzgar a nuestros semejantes? ¿Quién sabe?, si curamos a estos diez hombres puede que el samaritano resulte ser más agradecido incluso que los judíos. ¿Tan seguro estás de tus opiniones, Simón?». Simón replicó: «Si los limpias, pronto lo sabrás». Y Jesús respondió: «Así será, Simón, y tú pronto sabrás la verdad sobre la gratitud de los hombres y el amor misericordioso de Dios».
Jesús llegó hasta los leprosos y les dijo: «Si queréis ser curados id a mostraros inmediatamente a los sacerdotes como manda la ley de Moisés». Y mientras iban quedaron limpios. El samaritano al verse curado dio la vuelta y fue en busca de Jesús glorificando a Dios en alta voz, y cuando hubo encontrado al Maestro cayó de rodillas a sus pies y le dio las gracias. Los otros nueve, los judíos, también se dieron cuenta de que habían sido curados, y aunque también estaban agradecidos, siguieron su camino para mostrarse ante los sacerdotes.
Mientras el samaritano permanecía arrodillado a los pies de Jesús, el Maestro paseó la mirada sobre los doce, en especial sobre Simón Zelotes, y dijo: «¿No fueron diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve, los judíos? No ha vuelto ninguno para dar gloria a Dios salvo este extranjero». Luego le dijo al samaritano: «Levántate y vete; tu fe te ha sanado».
Jesús miró de nuevo a sus apóstoles mientras el extranjero se alejaba, y todos los apóstoles miraron a Jesús menos Simón Zelotes que bajaba los ojos. Ninguno de los doce dijo una palabra. Tampoco Jesús habló; no era necesario que lo hiciera.
Jesús ordenó a los doce que no dijeran nada sobre la curación de los leprosos, y cuando entraban en Amatus comentó: «Ya veis cómo los hijos de la casa, aunque no acaten la voluntad de su Padre, dan por sentadas sus bendiciones y no ven la necesidad de dar las gracias cuando el Padre les otorga la curación. En cambio los extranjeros se llenan de admiración cuando reciben los regalos del dueño de la casa y se sienten obligados a dar gracias en reconocimiento por las cosas buenas que les han sido otorgadas». 166:2
La gratitud. Siempre y en todo lugar.
De los miles de personas que Jesús ministró registradas en los evangelios, relativamente hubo pocos casos de personas que le dieran las gracias. El leproso samaritano fue el único de los diez leprosos que fueron sanados que volvió para darle gracias. Lo acabamos de leer.
De hecho, la mayoría de las personas que se beneficiaron de la enseñanza y maravillosos milagros de Jesús se alejaron de Él sin darle las gracias. Sí, ellos se sorprendieron y se entusiasmaron alabando a Dios, o les dijeron a las demás personas sobre lo que hizo Jesús, pero no fueron hasta Jesús para darle las gracias personalmente.
Jesús vivió siempre agradecido con Dios. Jesús agradece a Dios cómo el Padre vela por toda su creación, incluso los pequeños gorriones que se consideran de poco valor y las flores silvestres que nunca fueron vistos por la gente (Mateo 6:26-30).
Aprendamos a ser agradecidos como lo era nuestro Maestro, aquí en la Tierra.
Agradecidos por la risa y el llanto. La calma y la tormenta. Las palabras y el silencio.
Agradecidos por poder ofreceros, una vez más, nuestro nuevo número del Boletín Luz y Vida.
Agradecidos por las colaboraciones, los trabajos y sugerencias.
Agradecidos por poder promover, de esta manera sencilla y diminuta, la bondad, la verdad y la belleza en nuestro mundo azul.
Por ello, no os perdáis los interesantísimos trabajos y propuestas de este mes de abril:
Os proponemos cuatro trabajos de nuestra página web:
- El viaje que sigue a la muerte física (Bill Sadler)
- El libro de Urantia: por qué, cómo y qué (Olga López)
- El trabajo en equipo (Chris M. Ragelty)
- Un grito a la esperanza (Eduardo Altuzarra)
Continuamos con las colaboraciones de Eduardo Altuzarra en la Crónica de la vida de Jesús (documento 154) y la Guía infantil (Jesús lleva a Santiago a Jerusalén).
Y añadimos todos estos contenidos:
- Otros libros de crecimiento espiritual: Ami, el niño de las estrellas (Enrique Barrios)
- Audio recomendado: Semana Santa y otras parecidas, de L. Coll (espacio «Luz y Vida» de Radio Urantia)
- Navegando por la vida: El mundo
- Mi párrafo favorito: Charles Perrotta
- Cuestionario urantiano: Ana Eguren
- El Grupo de Estudio de Madrid cumple 20 años
- Nuevos cursos de la Escuela Internacional de El libro de Urantia (UBIS)
- Serie de presentaciones «En el foco» de la UBIS
- Charla urantiana de abril por Francisco Santos, 19 de abril, «El gobierno planetario seráfico».
Gracias por estar ahí, al otro lado de la pantalla, querido lector, querida lectora.
Feliz lectura.