Procedo de una familia humilde y recuerdo cuando era pequeño que mis pies iban cubiertos por unas sencillas zapatillas de loneta con una cinta por el empeine que se ataban con un botón, gordito y redondeado.
Mi memoria me lleva a aquellos momentos en que ayudaba a mi padre a limpiar sus zapatos los domingos por la mañana para ir a misa. Zapatos grandes y usados, pero robustos y limpios.
En ocasiones, soñaba con el día en que yo también tendría unos propios, tan elegantes y cuidados como los suyos. Allí iba yo de la mano de mi padre, alto y elegante, impecable con su ropa de los domingos y sus zapatos fascinantes, a la rutina de los domingos. Me imaginaba crecer con ese porte, esos zapatos y esa distinción.
Hoy calzo zapatos y llevo treinta años conociendo a otro Padre y alguna vez he escuchado algo así como llevar los zapatos de Dios o como sentirse en los zapatos de Dios.
Cada vez que se habla de zapatos, me acuerdo de mi niñez y me viene a la memoria cómo se sentía mi padre dentro de sus zapatos y las ganas que yo tenía de imitarle.
Cuando me tomo el atrevimiento de intentar ponerme los zapatos de Dios, lo suelo hacer cuando me encuentro con mis semejantes, con deseos de compartir inquietudes y dudas de nuestro diario vivir, y no todos terminan siendo agradables.
Entiendo, por lo que interpreto del libro que leemos, que intentar calzar los zapatos del Padre es algo así como sentirse en la obligación y con la intención de poner en práctica cualidades que solo poseen sus zapatos.
Las cualidades que ese libro nos está tratando de enseñar y que nosotros deberíamos cumplir cada vez que nos reunimos para hablar de dudas y dar opiniones sobre lo que interpretamos de El libro de Urantia son:
Desarrollar un servicio de amor con una fe inquebrantable. Ser leales y valientes y entregarnos desinteresadamente. Intentar ser dulces y espontáneos. Ser equitativos y sobre todo sinceros, horados e inteligentes. Llegar a poseer una esperanza imperecedera y una confianza fiel. Ser bondadosos a toda prueba con una tolerancia indulgente. Llegar a poseer templanza probada y alegría imbatible. Compartir paciencia inalterable, mansedumbre humilde y paz duradera.
A ver si cada vez que nos reunamos, intentamos ponernos en los zapatos del Padre Universal y así lograr un buen entendimiento, una buena socialización y una eficaz fraternización.
Un abrazo.