Esta elección de la voluntad del Padre es el hallazgo espiritual del Padre espíritu por el hombre mortal, aunque deba pasar una edad antes de que el hijo criatura pueda verdaderamente encontrarse de hecho ante la presencia de Dios en el Paraíso. Esta elección no consiste tanto en la negación de la voluntad de la criatura: «Que se haga no mi voluntad sino la tuya»; sino que consiste en la afirmación positiva de la criatura: «Es mi voluntad que se haga tu voluntad». Y si se hace esta elección, tarde o temprano el hijo que eligió a Dios hallará una unión interior (fusión) con el fragmento residente de Dios, mientras que este mismo hijo en perfeccionamiento encontrará suprema satisfacción de la personalidad en la comunión adoradora de la personalidad del hombre y la personalidad de su Hacedor, dos personalidades cuyos atributos creativos se unen eternamente y autovolitivamente en una mutualidad de expresión —el nacimiento de otra unión eterna de la voluntad del hombre y la voluntad de Dios. 111:5.6 (1221.7)
¡Eureka! La meta es cristalina, se me antoja incluso sencilla la elección; pero… mmm. Nací en un país donde no había espacio social para Dios. Mi abuela bautizó a sus nietos a escondidas, y en casa se hablaba raramente de religión. De padre científico y madre filóloga, mi único vínculo con Dios era la idea que tenía mi abuela de Él. Ya adolescente en España, y sin buscarlo, llegó a mis manos El libro de Urantia.
«Elegí» a mi Padre muy pronto, como pronto intenté cultivar mi relación con Él. Crecí en consciencia de ser humano e hijo de Dios como no creía posible. Conocí a mi compañera de vida, y sé cuan afortunados somos al abrazar este propósito espiritual común. Se originó en mí un movimiento mental y «físico» importante, que parecía uniformemente acelerado… pero no lo fue.
El transcurrir de los años, la estable rutina, el desaliento, el cáncer, la decepción, la apatía; el barro de lo mundano, hasta las cejas de barro… la Paradoja. ¿Por qué, Padre? Si cada día pienso en ti, ¿por qué me olvidé? ¿Cuándo me extravié? ¿Cuándo guardé el propósito en un desván? ¿Por qué? Te anhelo…
He de elegirte cada día. Cada decisión mundana parece ser «la elección»: forma parte de ella, formará parte de mí, nutrirá mi alma. Y busco tu abrazo, el consuelo de tu Camino, saberme en Él. Ser consciente de que es mi deseo volitivo que se haga tu voluntad. Se me antoja sencillo, nada menos que el propósito de mi existencia.