¡Qué alegría sentí al recibir la invitación a escribir este artículo! La invitación llegó como un susurro de los cielos, un susurro que despertó en mi alma un torrente de recuerdos y emociones. Como un vendaval que arrasa con la tranquilidad, las citas de El libro de Urantia comenzaron a revolotear en mi mente, cada una con su propio ritmo y melodía. Decenas de páginas, centenares de frases, miles de palabras que habían sido mi compañía durante estos diez años de lectura, ahora se presentaban ante mí como una gran biblioteca de recuerdos y reflexiones.
Pero, como un mar que se agita con la llegada de una tormenta, mi mente se confundió al intentar elegir el párrafo que había sido mi favorito. ¿Cómo podría escoger solo uno, cuando cada página había sido un reflejo de mi alma, cada frase una gota de mi corazón? Y fue entonces que comprendí que El libro de Urantia no tiene un párrafo favorito, sino que cada lector encuentra su propio párrafo favorito en función de dónde está puesta la atención de su corazón en un momento dado. Es como si el libro tuviera una capacidad mágica para leer nuestros pensamientos y sentimientos, para hablar directamente a nuestra alma y decirnos lo que necesitamos escuchar en ese momento.
Así, mi párrafo favorito no es un párrafo en sí mismo, sino un reflejo de mi propio camino espiritual, de mis propias luchas y triunfos. Es un párrafo que me habla de la importancia de la familia, de los hijos, de la perseverancia y de la esperanza. Es un párrafo que me recuerda que, aunque la vida sea un camino lleno de curvas y vueltas, siempre hay una luz que guía el camino.
Mi familia se encuentra en un momento especial, el momento de la partida se acerca, y mi corazón late con un ritmo mixto de alegría y tristeza. Nuestro hijo mayor, un joven de 19 años, se prepara para emprender un nuevo camino como estudiante universitario en Hungría, y aunque la distancia nos separará, estoy seguro de que la educación que recibió en nuestro hogar le brindará las herramientas emocionales y espirituales necesarias para no perder el rumbo. Como un padre, siento un amor infinito y profundo por mi hijo, un amor que me hace agradecer a Dios por la oportunidad de experimentar este sentimiento.
Recuerdo cuando era niño, mi personaje favorito era Charles Ingalls, el padre de la pequeña casa de la pradera. Me inspiró a soñar con ser un buen padre, y ahora, después de 22 años de matrimonio y dos hijos maravillosos, puedo decir que he logrado mi objetivo. Mi esposa y yo hemos criado a nuestros hijos en la fe de Jesús, y en este momento de mi vida, el documento 177:2, «Los primeros años de vida en familia», cobró una especial relevancia.
Cuando leo las palabras de Jesús a Juan Marcos, mi corazón se estremece y siento la confianza genuina de que mi hijo cumplirá con la voluntad que nuestro Padre tiene para él. Me siento agradecido por la oportunidad de criarlo junto a su hermana, por lo que ratifico mi propósito de dar mi esfuerzo intelectual y creativo para difundir el evangelio de Jesús, en especial a las parejas que disfrutan de su vida hogareña de forma que la familia continúe siendo el modelo que nos garantice un futuro mejor como civilización.
Por lo anterior, mi párrafo favorito de El libro de Urantia es:
177:2.6 (1922.4) Es nuestra creencia sincera que el evangelio contenido en las enseñanzas de Jesús, fundado como lo está en la relación padre-hijo, podrá difícilmente disfrutar de una aceptación mundial hasta el momento en que la vida hogareña de los pueblos modernos civilizados contenga más amor y más sabiduría. A pesar de que los padres del siglo veinte posean gran conocimiento y mayor verdad para mejorar el hogar y ennoblecer la vida hogareña, sigue siendo un hecho que muy pocos hogares modernos llegan a ser medios para la crianza de niños y niñas, tan buenos como lo fuera el hogar de Jesús en Galilea y el de Juan Marcos en Judea; sin embargo, la aceptación del evangelio de Jesús dará como resultado una mejora inmediata de la vida hogareña. La vida amorosa de un hogar sabio y la devoción leal de la verdadera religión ejercen una profunda influencia recíproca. Tal vida hogareña eleva la religión, y la religión genuina siempre glorifica el hogar.
En fraternidad
Diego