Decía el escritor Umberto Eco que «para sobrevivir, uno debe contar historias». Jesús de Nazaret iba más allá, pues no solo era un genial narrador, sino que también estaba atento a hacernos reflexionar desde la belleza sencilla de historias cotidianas. ¿Os imagináis a Jesús ahora, en nuestro tiempo? Hubiera sabido contar con soltura storytellings y reels, que hubieran hecho reflexionar a muchos.
En nuestro boletín «Luz y Vida» queremos todos los meses asemejarnos a nuestro querido Maestro contando en este espacio diferentes «historias», textos que nos hagan reflexionar y mejorar como personas. Al menos, lo intentamos. ¿Te animas a leernos?
En el número del mes de septiembre os ofrecemos para vuestra lectura estos cuatro interesantes trabajos:
o Charlas (Bill Sadler)
o Breve historia de la Creación (Eduardo Altuzarra)
o Esquema de la organización seráfica (L. Coll)
o Poesía urantiana (José Rodríguez Jorge)
Continuamos con los trabajos de la «Crónica de la vida de Jesús» (documento 158) que nos ayudan en nuestro estudio del libro, así como la «Guía de la vida de Jesús para los más pequeños» (Jesús a los 20 años).
Este mes os recomendamos la lectura de un libro poco común, El beso de Dios. La escritora española Prado Pérez de Madrid nos sorprende con la descripción de un movimiento femenino místico real que tuvo lugar en la Edad Media europea. Déjate sorprender por este texto.
El audio de este mes se refiere a «qué se espera de nosotros» (espacio «Luz y Vida» de Radio Urantia).
Dos lectores nos cuentan, por un lado, cuál es su párrafo favorito (Diego Betancourt) y por otro, Jaime Marco nos explica en un cuestionario su trayectoria vital con El libro de Urantia.
Se retoman los cursos de la UBIS, que comienza las inscripciones el 9 de septiembre: https://new.ubis.urantia.org/moodle/
También volvemos con las «charlas urantianas». Comenzaremos con la interesantísima exposición que realizó Olga López en junio, en el encuentro nacional de Toledo: «El futuro tecnológico». No os la perdáis.
Textos, palabras, reflexiones… que nos pueden ayudar a ver el mundo con un cariz más elevado, con un sentido más profundo, como hacía Jesús con sus parábolas. Veamos, precisamente, esta conocida pero inspiradora historia que narró Jesús acerca de un hombre bueno:
173:4.2 (1893.6)
«Había un hombre bueno que era propietario y plantó una viña. La cercó con un seto, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia para los guardas. Luego arrendó su viña a unos labradores y se fue a hacer un largo viaje a otro país. Llegado el tiempo de la cosecha, envió a sus siervos a los arrendatarios para percibir la renta, pero los arrendatarios se pusieron de acuerdo para atacar a estos siervos en vez de entregarles los frutos que debían a su señor; golpearon a uno, apedrearon a otro y despidieron a los demás con las manos vacías. Cuando el dueño se enteró de todo esto, envió a otros siervos de más confianza para ajustar cuentas con esos malvados arrendatarios, y ellos también fueron agredidos y tratados vergonzosamente. Entonces el dueño envió a su siervo predilecto, su administrador, y a este lo mataron. A pesar de ello, con gran paciencia y tolerancia, envió a muchos más siervos, pero ellos no quisieron recibir a ninguno; a unos los golpearon y a otros los mataron. Ante este comportamiento, el propietario decidió enviar a su hijo diciéndose: ‘Podrán maltratar a mis servidores, pero seguro que respetarán a mi amado hijo’.
Cuando aquellos arrendatarios contumaces y malvados vieron al hijo, dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Ea, matémoslo y la herencia será nuestra’. Y entonces le echaron mano, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando el señor de esta viña tenga noticia de cómo han rechazado y matado a su hijo, ¿qué hará con esos arrendatarios perversos y desagradecidos?».
Jesús vio que un grupo de saduceos y fariseos se abría paso a través del gentío y se calló un momento hasta que se acercaron a él entonces dijo: «Sabéis que vuestros padres rechazaron a los profetas, y bien sabéis que habéis decidido en vuestro corazón rechazar al Hijo del Hombre».
Y clavando la mirada en los sacerdotes y los ancianos que estaban cerca de él, prosiguió: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras sobre la piedra que rechazaron los constructores y que se convirtió en la piedra angular cuando la gente la descubrió? Os advierto una vez más que si seguís rechazando este evangelio, el reino de Dios os será quitado y será dado a un pueblo deseoso de recibir la buena nueva y producir los frutos del espíritu. Hay un misterio en esta piedra, pues quien caiga sobre ella, aunque se haga pedazos, se salvará; pero aquel sobre quien caiga esta piedra será convertido en polvo y sus cenizas dispersadas a los cuatro vientos».
Una de las primeras palabras que los más pequeños aprenden es decir «mío, mía». ¡La herencia es nuestra!, gritan los labradores de esta parábola, tras asesinar a los criados y al hijo del amo.
Ser señor de la viña no implicaba solo el derecho a la propiedad, sino algo más sutil como es el «derecho a mandar» y, en última instancia, también a tiranizar, a imponerse sobre los demás. Con esta parábola podemos hablar de algo tan crucial como es la rebelión humana ante el hecho de tener a un Dios por encima de nosotros, del deseo de dar la vuelta a ese estado de cosas, a costa incluso de la violencia y el asesinato.
Pero la viña también puede ser la Creación, la naturaleza en la que ahora Dios ya no cuenta, pues funcionamos sin tenerlo en consideración: arrasamos con los recursos naturales y devoramos con gran inconsciencia los bienes de la Tierra, con la soberbia de quien se cree dueño y señor de todo.
Eso es: nos hemos secularizado, nos hemos independizado, somos por fin autónomos de ese invento llamado Dios, un invento de mentes infantiles o calenturientas.
Pero ¿podemos vivir en la viña como si realmente fuera de nuestra propiedad? ¿No estaríamos usurpando al propietario sus bienes?
El mundo moderno, con su olvido de Dios, nos recuerda demasiado a esta parábola de Jesús. Al declarar que Dios ha muerto o, como se hace ahora, al sostener que eso es algo irrelevante o un asunto privado, lo cierto es que nosotros mismos nos erigimos en Dios, en el criterio absoluto. Libres por fin de Él, tras siglos de alienación, somos finalmente los propietarios de la tierra y podemos hacer con ella lo que nos parezca. ¡Por fin somos los señores! ¡Ya no hay nadie por encima de nosotros! ¡La viña es nuestra!
Y esa «piedra» que hemos despreciado es el Maestro. Matamos al Hijo y con ello imaginamos que también hemos matado al Padre. Nos sorprende que pueda seguir habiendo un Padre esperando nuestro regreso tras una vida pródiga, que su amor sobreviva a todos nuestros asesinatos, que realmente son suicidios.
Esa piedra preciosa y desechada es el tesoro escondido en nuestro corazón. Sorprende que pasemos la vida buscándola, teniéndola tan cerca. Que emigremos a otros países, estando en el nuestro. Que vivamos como si fuéramos pobres, siendo ricos.
Algo se remueve en nosotros siempre que nos llega la noticia de que otros han encontrado esa piedra. Todos conocemos esas historias: una joven que abre un libro y todo cambia para ella; otra persona que escucha no sé qué programa y ya la vida no es igual; alguien que se sentó frente al mar o bajo un árbol mientras caía la tarde y, sencillamente, vio la realidad por fin. El espíritu los encontró preparados y el tesoro salió a la luz.
¿Y nosotros? ¿No somos también buscadores? ¿No leemos libros, no viajamos, no vemos vídeos de YouTube en busca de esa piedra del conocimiento? ¿Por qué a nosotros no nos encuentra preparados el espíritu? ¿Vivimos casi siempre fuera y lejos? ¿Qué más hay que hacer?
No perdamos de vista que la parábola de Jesús nos insta a ser también «labradores» y a que cultivemos nuestra interioridad, allí donde se esconde ese gran tesoro que no se acaba. Este tesoro del espíritu, despreciado por la sociedad del consumo, es la piedra principal, la que removerá sin duda los cimientos del actual paradigma social y económico.
La conciencia (ese interior iluminado por la atención) es también la «viña» a la que Dios puso una cerca, construyó un lagar y levantó una torre. ¡Tanto ha mimado Dios nuestra alma y nosotros, en cambio, vivimos lejos y fuera! Matamos a los mensajeros de la vida al instalarnos en la superficie de la inconsciencia, de lo banal.
Ahora vivimos bajo las consignas del modelo neoliberal que, con su materialismo desaforado, incrementa las desigualdades sociales y con ello aumenta el malestar y la infelicidad humana. Desde los ochenta, no han dejado de crecer las tasas de depresión, ansiedad, adicciones y suicidio. En la última década, los casos de depresión han aumentado casi un 20 por ciento, convirtiéndose en la mayor causa de discapacidad en el mundo, según la OMS.
Margaret Thatcher lo dejó muy claro: «la economía es el método, el objetivo es cambiar el corazón y el alma». Hay que conseguir impulsar un ser humano que lucha por emprender, ser autosuficiente y productivo, sin perder su tiempo en la introspección, la especulación filosófica. En «cultivarse», en definitiva.
En el año 2021, Ana Iris Simón, autora de la novela Feria, acudió al Palacio de la Moncloa para presentar sus ideas en el foro sobre «Pueblos con futuro». Su breve discurso tuvo mucho eco. La joven escritora admitía que sentía envidia por la situación de sus padres a su edad. Ellos, con solo veintinueve años, ya tenían dos hijos, un coche y se habían embarcado en la compra de una vivienda propia. «Pero sobre todo, tenían la certeza de que podrían mantener sus trabajos, a sus hijos y tener su hipoteca. Y la esperanza de que todo iría a mejor. Mis padres creían en el progreso porque para ellos había sido un hecho». Muchos jóvenes de hoy carecen de esas expectativas y en vez de hijos, se busca tener una mascota. ¿Podemos ser optimistas respecto al futuro? ¿Las cosas mejorarán? Pues bien, pensar que nada puede cambiar, ser pesimista, augurar un futuro sombrío, no nos lleva a ninguna parte. Y la Historia nos muestra de forma reiterada que es una premisa que no tiene base. La esperanza siempre es nuestra compañera infatigable. Hay muchos ejemplos que así nos lo evidencian.
El cristianismo fue un hito en la historia del optimismo, pues situó en el centro de su mensaje la fraternidad de todos los seres humanos y la esperanza de vivir en las manos de un Padre sabio y amoroso. Exaltó de forma pública unos valores inauditos en un imperio romano belicista y pragmático. Y lo que comenzó de forma diminuta con un puñado de hombres, transformó todo un imperio.
El estado del bienestar fue una gran conquista social. Un siglo antes de su aparición parecía un sueño irrealizable, pero durante décadas ha proporcionado bienes y servicios a los ciudadanos, y ha erradicado el desamparo sanitario, las carencias educativas y las condiciones de trabajo inhumanos.
Ahora vivimos en un modelo neoliberal, pero ningún modelo social es eterno. Siempre es posible un cambio de ciclo y a veces solo hace falta un gesto para iniciarlo. Cuando la afroamericana Rosa Parks se negó a ceder a un joven blanco su asiento en un autobús de Montgomery, Alabama, no sabía que su reacción sería una poderosa inspiración para el movimiento por los derechos civiles. Su infracción de una ley racista inspiró una histórica protesta liderada por un pastor bautista relativamente desconocido, Martin Luther King. No perdamos la esperanza. Siempre es posible construir una sociedad más humana. Seamos utópicos, busquemos alcanzar las eras de luz y vida en la Tierra. Los sueños parecen irrealizables, pero Luther King tuvo un sueño y se cumplió.
Victor Frankl, superviviente de Auschwitz, Dachau y otros campos de exterminio, sostenía que al ser humano se le podía arrebatar todo, menos la capacidad de elegir la forma de afrontar los hechos. No se limitaba a teorizar. Su mujer, Tilly Grosser, había muerto en Bergen-Belsen el día de su liberación. Debilitada por las penalidades, fue aplastada por la multitud que se abalanzó hacia la puerta de entrada al descubrir la presencia de tropas británicas. El ser humano no es una cosa entre las otras, sino un sujeto racional. No se limita a existir, sino que decide. Frankl cita un aforismo de Nietzsche: «quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre un cómo». Sin una meta o un porqué, no se puede sobrevivir a las penalidades.
Frankl incorporó lo que había aprendido en el Lager a su trabajo como psiquiatra y creó la logoterapia, según la cual lo que caracteriza al ser humano no es la búsqueda del placer (Freud) o de poder (Nietzsche), sino la búsqueda de sentido. Lo verdaderamente humano es la capacidad de pensar y realizar un proyecto. El sentido aparece cuando experimentamos una tensión hacia un fin noble y racional: «el sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en el que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio». Niega que el ser humano esté totalmente condicionado o determinado. Las circunstancias nos imponen límites, el mal nos puede rodear, pero siempre existe la posibilidad de trascender o afrontar los problemas de una forma digna, inteligente y creativa, de encontrar un sentido superior a las penalidades que podamos estar afrontando en nuestra vida. Muchos lectores de El libro de Urantia estaríamos de acuerdo con sus ideas.
A su vez, Frankl hubiera estado de acuerdo con las afirmaciones que leemos en el libro acerca de las inevitabilidades de la vida en la Tierra. Refresquemos ese texto recordando algunas de ellas:
3:5.5 (51.4)
Las incertidumbres de la vida y las vicisitudes de la existencia no contradicen en modo alguno el concepto de la soberanía universal de Dios.
Considerad las siguientes:
- ¿Es el valor —la fuerza de carácter— deseable? Entonces el hombre debe criarse en un ambiente en el que sea necesario bregar con las dificultades y reaccionar ante las desilusiones.
- ¿Es el altruismo —el servicio a los semejantes— deseable? Entonces la experiencia de la vida debe asegurar que se encuentren situaciones de desigualdad social.
- ¿Es la esperanza —la grandeza de la confianza— deseable? Entonces la existencia humana debe afrontar constantemente inseguridades e incertidumbres recurrentes.
La vida cobra sentido en tanto trabajamos en la «viña» para un ideal mayor, construyendo un mundo mejor, un ser humano más pleno y elevado.
El ser humano que conoce el porqué de su existencia podrá soportar casi cualquier cómo. Nuestro equilibrio no está en una vida ausente de tensiones, sino en la capacidad de enfrentarnos con responsabilidad a nuestros límites y vincularlo a una finalidad. El sufrimiento se hace tolerable cuando adquiere un sentido, como cuando cuidamos a un enfermo o cuando un Padre tolerante, amoroso y paciente envía a su Hijo a la viña, y recibe la muerte por los labradores desconsiderados.
Jesús muere en la cruz, y lo hace con la serenidad y el amor inaudito de una vida consagrada a un proyecto inmenso, que abarca las eras infinitas y los universos eternos.
188:4.12
La gran aportación de la muerte de Jesús al enriquecimiento de la experiencia humana y a la ampliación del camino de la salvación no es el hecho de su muerte sino más bien la magnífica actitud y el espíritu incomparable que mostró ante la muerte.
188:5.2
La muerte de Jesús en la cruz representa un amor tan fuerte y tan divino como para perdonar el pecado y absorber toda maldad. Jesús desveló a este mundo una rectitud superior a la justicia en el sentido estricto de lo bueno y lo malo. El amor divino no se limita a perdonar las maldades sino que las absorbe y las destruye. El perdón del amor trasciende por completo el perdón de la misericordia. La misericordia deja de lado la culpa de la maldad, pero el amor destruye para siempre el pecado y todas las debilidades que conlleva. Jesús trajo a Urantia una manera nueva de vivir.
¡Qué magnifica la actitud vital de Jesús, qué sorprendente sentido tuvo su muerte! Ojalá seamos capaces de labrar nuestra mente, de hacer crecer nuestra viña, de encontrar la piedra angular sobre la que hacer una vida plena de sentido tal como la vivió, de forma admirable, nuestro Maestro. Vamos a ello, un día más. Seamos esos labradores inteligentes y buenos, capaces de transformar el mundo, de mejorar la «viña», de hacerlo colaborando con nuestro «patrón» bueno.
¿No os dais cuenta de que la esperanza de una nación mejor —o de un mundo mejor— está ligada al progreso y al esclarecimiento del individuo?» 145:2.8