Nos hemos acostumbrado a tener una vida llena de metas, que se han convertido en nuestro aliciente y motor de vida. Tanto es así que, para muchas personas, es inconcebible no tenerlas, hasta el punto de que se preguntan: si ya no tengo metas, ¿qué hago? ¿Por qué vivo?
La verdad es que las metas constriñen, es decir, limitan todo el potencial que tenemos en nuestro interior y acaban generando lo que se conoce como «visión de túnel», que hace referencia a la incapacidad de ver lo que hay a nuestro alrededor, de contemplar otras opciones y posibilidades.
Algunos pensaréis que eso es bueno porque es estar enfocado, pero no es así, porque estamos «enfocados» en una cosa que no nos llevará a la paz; simplemente nos dará una satisfacción pasajera y en muchos casos (no en todos), al final del día, cuando nos sentamos a hacer balance, la energía que invertimos en lograr esta meta es mayor que la ganancia. De manera que lo que hacemos es desaprovechar inútilmente nuestros recursos internos en algo que no genera la compensación equivalente y perdemos así la armonía, se crea un vacío en nuestro interior que creemos que vamos a llenar con otra meta y así, sin darnos cuenta, caemos en barrena y comenzamos a vivir de meta en meta, con los ojos bien puestos en el siguiente camino, viviendo entre la ansiedad, la frustración y la excitación. Por ello las metas son tan peligrosas.
Entonces, ¿por qué cosa cambiamos las metas? Por un propósito. Pero ¿qué son los propósitos? ¿Cuántos propósitos hay en la vida?
Los propósitos son guías de acción hacia donde orientamos nuestra energía; nos damos cuenta de que solo hay dos propósitos: o tenemos el propósito de ofrecer lo mejor de nosotros, o tenemos el propósito de esperar que algo o alguien nos haga felices (aquí es donde aparecen las metas).
Para poder tener el propósito de ofrecer lo mejor, necesitamos haber desarrollado la capacidad de hacernos cargo completamente de nuestra vida y haber desarrollado un compromiso profundo con nosotros mismos. De manera que, para poder tener una vida con propósito, necesitamos utilizar con sabiduría estos dos puntales:
- La comprensión de la vida.
- La capacidad de aprender de nuestros resultados., los que verificamos ante las lecciones que nos pone la vida.
Cuando vivimos desde el propósito de ofrecer lo mejor de nosotros mismos, inmediatamente la vida se vuelve fácil.
(Assumpció Salat Bertrán)