Conócete a ti mismo
Durante las vacaciones veraniegas, con el trasiego de viajes, excursiones, salidas que muchas personas solemos realizar, podemos hacer esta reflexión:
¿Cómo es que viajamos para maravillarnos de la grandeza de las montañas, la ondulación de los mares, el devenir de los ríos, la magnificencia de los océanos, las evoluciones de las estrellas… mientras pasamos junto a nosotros mismos sin maravillarnos jamás?
¿Te has dado cuenta de que siempre estamos deseando viajar para visitar lugares hermosos, ir a parques a pasear mientras escuchamos los sonidos propios de la naturaleza, incluso vamos a museos a admirar la belleza de artistas que quisieron plasmar sus ideas en cuadros o esculturas?
Es muy habitual admirar asuntos externos como los árboles, los rascacielos, el mar o la posibilidad de que, a día de hoy, podamos recorrer medio mundo en escasas horas.
Pero espera un momento, te pregunto:
¿Te das cuenta de lo maravilloso que es estar vivo, movernos con este cuerpo, crear una simple receta de cocina? ¿Nos admiramos, en alguna pausa que hagamos en nuestra vida, de algo tan cercano como nuestro cuerpo o nuestra mente? ¿Nos admira el hecho de EXISTIR?
No se trata de prepotencia o falta de humildad, para nada. Se trata de valorarnos por lo que somos, de reconocer nuestra más profunda verdad. Porque con frecuencia actuamos con bastante inconsistencia, como si condujéramos nuestra vida en «piloto automático» y nos olvidamos únicas de lo que somos: unos maravillosos hijos de una divinidad, unas criaturas traídas a la existencia en este universo, a este plano material por amor del Creador de todas las cosas.
5:2.2 (64.5) Dios vive en cada uno de sus hijos nacidos del espíritu.
Somos unas criaturas peculiares, pues curiosamente somos al mismo tiempo coche y conductor, nave y piloto, caballo y jinete; es decir, somos un mecanismo electroquímico que nos permite manejarnos en la realidad material pero también somos un ente autoconsciente, creativo y capaz de trascender la materia.
110:2.4 (1205.2) Hay, por lo tanto, dos realidades que inciden y están centradas en los circuitos de la mente humana: una es el yo mortal que ha evolucionado según los planes originales de los Portadores de Vida, la otra es una entidad inmortal procedente de las altas esferas de Divinington, un don de Dios que mora en el interior de ese yo.
Este asunto de nuestra identidad, de nuestro verdadero ser, se lleva reflexionando hace ya muchos siglos:
111:0.2 (1215.2) Muchas religiones orientales y algunas occidentales han percibido que el hombre posee un legado divino además de una herencia humana… Los hombres llevan creyendo durante siglos que hay algo que crece dentro de la naturaleza humana, algo vital que está destinado a perdurar más allá del breve lapso de la vida temporal.
Todos conocemos la sencilla expresión de saludo aloha, utilizada para los saludos y como expresión de amor, compasión y generosidad. Etimológicamente se compone de los términos alo (presencia o estar presente) y ha (aliento o inspiración divina). Es decir, el saludo aloha significa que se da la bienvenida y reconoce la esencia divina de la otra persona. Este respeto repercute en la forma amorosa y alegre de relacionarse con los demás seres humanos.
«Conócete a ti mismo». Estas eran las palabras que aparecían inscritas casi a modo de advertencia en el pronaos del templo de Apolo en Delfos. Pausanias, el célebre turista del siglo II d.C., explicaba en su obra Descripción de Grecia que esta frase se hallaba inscrita en oro nada más entrar en el templo. Era imposible entrar al recinto y no leer esta profunda frase.
Ahora bien, en la sala donde se hallaba la sibila (esa sabia mujer entrenada desde niña para revelar el mensaje de los oráculos) podía leerse a su vez la siguiente inscripción:
«Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses.»
Estos dos sencillos ejemplos que nos recuerdan lo que somos, que nos exhortan a buscar el mejor autoconocimiento, nos impulsan a ser buscadores, en una carrera sin fin, de progresión y expansión sin límites.
5:1.12 (64.3) El gran Dios se pone en contacto directo con el hombre mortal y da una parte de su ser infinito y eterno e incomprensible para que viva y more dentro de él. Dios se ha embarcado en la aventura eterna con el hombre. Si os sometéis a las directrices de las fuerzas espirituales que están dentro y alrededor de vosotros, no podréis dejar de alcanzar el alto destino que un Dios amoroso ha establecido como meta en el universo para sus criaturas ascendentes de los mundos evolutivos del espacio.
Esta gran promesa que nos puede impulsar en nuestra vida, que nos muestra lo que somos realmente ¿está difundida y aceptada mayoritariamente? La respuesta es obvia; más bien vivimos en muchos aspectos una realidad distópica. La humanidad contemporánea sufre los males de siempre (injusticias, alienación, guerras, hambre, daños a la Madre Tierra, etc.) pero con más intensidad que nunca y además nuevos males (como el almacenamiento y tratamiento masivo de la información para el dominio y control social, o la manipulación genética), nuevos problemas que nunca antes habíamos conocido.
¿A qué se debe esto?
Si vamos a la raíz, al meollo de las cosas, vemos que son muchos los seres humanos que padecen la «enfermedad» descrita por Rudolf Steiner en ¿Cómo puedo encontrar al Cristo?, consistente en «la negación de lo divino»:
«Un real y auténtico defecto físico, una enfermedad física, una creencia física (…) Se trata de una enfermedad que no curan los médicos; sucede que ellos mismos frecuentemente la padecen.»
Mirando a nuestro alrededor, podemos comprobar que, efectivamente, esta dolencia se halla muy extendida. ¿Cuál es la causa de que la enfermedad descrita por Steiner sea hoy una verdadera pandemia?
La respuesta es tan sencilla como compleja, tan simple como profunda: la causa radica en que esta sociedad ha matado a Dios, la vida cotidiana se desenvuelve con escasas o nulas alusiones a lo espiritual. La humanidad rechaza, por acción u omisión, cualquier idea e ideal de trascendencia.
Por tanto, está muy extendida la ignorancia de lo que somos realmente, no nos conocemos como nos solicitaba hace siglos el oráculo griego. Pero no confundamos las cosas: este problema de secularización no tiene que ver con el creciente abandono de las iglesias o cultos establecidos, que muchas veces han tergiversado y manipulado la genuina espiritualidad, sino que se refiere al destierro de la Espiritualidad, con mayúscula, mediante una práctica y visión de la vida que repudia lo trascendente y se echa en los brazos de lo evanescente y superficial.
Es algo tan catastrófico como suicida, pues al prescindir de Dios, ¿qué ocurre? También prescindimos de la divinidad que atesoramos. Es decir, rechazamos el núcleo de nuestro ser.
Esta problemática tan crucial la vivimos claramente en nuestro continente europeo. Por ello, en la Asociación Urantia hemos creído conveniente tratar de ofrecer soluciones y alternativas a esta distopía que nos envuelve en el próximo encuentro europeo de lectores de El libro de Urantia. Una conferencia internacional que, con el título «Superar el materialismo. Iluminar Europa», se celebrará del 20 al 23 de octubre en Torremolinos, Málaga (España).
Iluminar Europa y por ende el mundo, volviendo hacia nuestro interior antes que al exterior.
Muy tarde, por la noche, Nasrudín se encontraba dando vueltas alrededor de una farola, mirando hacia abajo. Pasa por allí un vecino.
—¿Qué estás haciendo, Nasrudín? ¿Has perdido alguna cosa? —le pregunta.
—Sí, estoy buscando mi llave.
El vecino se queda con él para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasa una vecina.
—¿Qué estáis haciendo? —les pregunta.
—Estamos buscando la llave de Nasrudín.
Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar. Luego se une a ellos otro vecino. Juntos buscan y buscan. Habiendo buscado un largo rato acaban por cansarse, y un vecino pregunta:
—Nasrudín, hemos buscado tu llave durante mucho tiempo. ¿Estás seguro de haberla perdido en este lugar?
—No —dice Nasrudín.
—¿Dónde la perdiste, pues?
—Allí, en mi casa.
—Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí?
—Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura.
¿Estamos buscando soluciones en el sitio correcto? El mismo Jesús nos orienta en nuestra búsqueda, hacia dentro, hacia nuestro núcleo. Ahí está la respuesta a nuestros problemas e inquietudes actuales.
5:4.8 (67.6) La religión griega tenía un lema: «Conócete a ti mismo». Los hebreos centraban su enseñanza en «conoce a tu Dios». Los cristianos predican un evangelio dirigido al «conocimiento del Señor Jesucristo». Jesús proclamó la buena nueva de «conocer a Dios y conocerte a ti mismo como hijo de Dios».
Grande y hermosa nuestra buena nueva, la que nos invita Jesús a realizar en estos tiempos, en este encuentro europeo.