Después de leer, escuchar y ver una variada serie de documentos, películas, conferencias, filosofías, intuiciones, autosugestiones, canalizaciones, mediaciones, experiencias extrasensoriales, apariciones, etc., he llegado a la siguiente conclusión.
Antes de comenzar, quiero enfatizar que el principal mensaje de este trabajo va dirigido a no perder la perspectiva de una realidad incuestionable para mí: que existen millones de planetas con escenarios de vida reales similares al nuestro.
Partiendo de esa base, desde mi capacidad mental y analítica asociada al nivel evolutivo en que me encuentro … estoy convencido de que nuestra amada Madre Tierra, Gaia, Urantia o como la queramos llamar, es nuestra casa, nuestro hogar común o escenario dónde venimos a evolucionar, a desarrollar experiencias como seres humanos con proyección universal.
En esta línea de razonamiento, si conseguimos superar los miedos, la negatividad y toda tendencia derivada de nuestros instintos humanos básicos; si logramos alcanzar esa gran meta evolutiva de experiencias basadas en el amor, estoy convencido que llegará un día en que podremos disfrutar de magníficas misiones de servicio, donde viviremos la experiencia de ser útiles en otros mundos o niveles dimensionales más atrasados.
Esto me induce a pensar que, al ser nosotros criaturas procedentes de la Fuente, Principio de Todo o como cada uno lo sienta en su corazón, también implicaría que como sociedad en su conjunto descendemos de ese mismo Todo o Principio Original. Por lo tanto, si ese Ser, Principio y Final o Creador Absoluto ha sido nuestro diseñador, este hecho debería convertirnos, además de hermanos, en criaturas autónomas, independientes y con libre determinación para tomar decisiones. ¡Decisiones que condicionaran nuestro futuro! Un futuro en libertad otorgado por esa energía única que tan generosamente compartió con nosotros su ley universal, llamada «libre albedrío». Un principio que solo ÉL puede darnos, porque ÉL es puro LIBRE ALBEDRÍO (para imaginar la importancia de la libertad que implica el LIBRE ALBEDRÍO, podríamos pensar en un mundo donde no tuviéramos capacidad de pensar, ni crear, ni sentir, ni amar. Seríamos como animales de un rebaño donde nos dan de comer y procrearnos. Sin belleza, música, libros, cine, conversaciones… ¡simple y llanamente animales!).
Bajo este concepto, podemos manifestar sin miedo a equivocarnos que dicho libre albedrío nos faculta para tomar decisiones, decisiones que nos hacen responsables de pensamiento, intención y obra (bien o mal); responsabilidad que al mismo tiempo nos posibilita llegar a formar parte de esa gran familia universal (hermanos mayores).
Llegados a este punto, ¿no creéis que sería muy triste, una vez alcanzado el logro de trascender la muerte física, conformarse solo con llegar a la Luz, o Meta de Perfección? ¿Tendría sentido, si valoramos el esfuerzo y sacrificios que hemos soportado como preparación para nuestro destino eterno? ¡Pienso que no! ¡Sería incomprensible para una evolución espiritual basada en experiencias vividas anteriormente en planetas de aprendizaje! Entiendo que quedaría como una obra inacabada si llegar a esa «Gran Iluminación» significase: ¡ya está! ¡Ya hemos llegado! ¡Hemos triunfado sobre el sufrimiento, sobre el dolor! ¡Ya somos perfectos! ¡Paz, gloria, bienestar!
Pongo un ejemplo: vamos por un caluroso desierto con destino hacia una maravillosa ciudad donde no existen religiones, dinero, envidias, racismos, nacionalismos, etc. Una sociedad de perfecta convivencia, solidaria, donde todo el mundo se apoya. Pero tú, a mitad de camino, agotado, sediento y acalorado, descubres un maravilloso oasis. ¡No es un espejismo, es un oasis real! Con sus buenas palmeras, su buena sombra, su manantial de agua fresquita y comodidades que harán sentirte a gusto ¡y hasta feliz! Te sientes tan afortunado que llegas a ignorar la principal motivación de tu dificultoso viaje, un olvido que anula tu perspectiva principal hasta el punto de que solo piensas en tu tranquilidad y decides quedarte allí, disfrutando de esa «felicidad». Renuncias a esa ciudad perfecta, a la convivencia con otros hermanos. Renuncias a sentirte útil, a colaborar con tus semejantes aportando tus conocimientos y te conformas con tu propio «bienestar».
El paralelismo entre el desierto, las palmeras y el oasis respecto a utilizar nuestros aprendizajes como servicio a los demás parece evidente, sobre todo si tenemos en cuenta la inmensidad del cosmos y la enorme cantidad de mundos con vida inteligente, mundos como el nuestro que están en su propio proceso evolutivo, seres de otros planetas intentando averiguar también el ¡porqué y para qué! ¡El sentido de la vida!
Una vez superado el examen en nuestro planeta natal, lo normal sería poner en práctica en mundos más atrasados todo lo que hemos experimentado y aprendido aquí: solidaridad, empatía, ética, moral, paciencia, fraternidad, tolerancia, gratitud, humildad, etc. ¡Esa sí sería la meta, la culminación de una carrera universal! En mi caso particular, compensaría plenamente haber pasado por todos los acontecimientos vividos aquí, teniendo como referencia ese gran universo en desarrollo y continuo movimiento que nos está esperando.
Basándome en este pensamiento y sentimiento cósmico, opino que es bastante más fraternal y coherente que todas las criaturas que lleguemos a esa meta de luz, no deberíamos relajarnos como si fuese nuestro final de carrera. Deberíamos aprovechar esa universalidad lograda con tanto sacrificio enseñando lo aprendido para orientar y ayudar a seres de otros mundos, y al mismo tiempo intentar inculcarles ese espíritu rebelde e inquieto que hemos adquirido durante nuestros avatares de la vida.
Pienso en la recompensa de ver evolucionar a nuestros «hermanos menores» del mismo modo que nuestros hermanos «mayores» disfrutan cuando observan desde «arriba» nuestra propia evolución. Imagino cómo sería aprovechar la oportunidad de nuestras experiencias vividas aquí, vivencias que nos sirvieron para distinguir dogmas, tabús, mitos, etc., en comparación con las realidades cósmicas. ¡Esa creo que sí sería una gran recompensa para los que tenemos mentalidad de naturaleza universal!
Si unificamos elementos como intuición, mente analítica, inteligencia, perspicacia, etc., y los sazonamos con ingredientes como un corazón amoroso, empatía, humildad, tolerancia, etc. ¿Imagináis? De esa combinación podría nacer un libre albedrío con gran potencial de desarrollo espiritual.
Si nos consideramos criaturas con libre albedrío para tomar decisiones, también deberíamos aceptar que venimos a este mundo básico para prepararnos, para reconocer que somos simples aprendices en este Teatro de la Vida. Inexpertos aspirantes que, a lo largo de nuestra existencia, y una vez superadas todas las pruebas terrenales, pueden convertirse en excelentes servidores cósmicos.
Asumida ya esta mentalidad, pensemos que para prepararnos hemos de vivir en un mundo de dualidades y contrastes; un mundo donde tenemos que experimentar emociones y sentimientos como egoísmo, apego, sufrimiento, odio, impotencia, injusticia… pero al mismo tiempo, disfrutar también de generosidad, altruismo, respeto, empatía, tolerancia, amor, etc. Hemos de vivir estas sensaciones para adquirir la sabiduría que nos ayudará a ser más competentes en aquellas actividades de servicio que decidamos en un futuro universal.
¡Es un hecho! Para adquirir esa «veteranía» hemos de nacer como seres básicos (cerebro, mente y cuerpo); luego, esforzarnos para adquirir experiencia en valores como respeto, fraternidad, tolerancia… méritos que nos eleven a un nivel de conciencia de auténticos buscadores de ese sentido de la vida para encauzar, por fin, nuestro deseado destino universal.
¿Por qué hemos de pasar por dichas experiencias? Porque estoy convencido que son necesarias como preparación para esa gran responsabilidad universal, para adquirir el equilibrio, la madurez, la empatía, el amor, etc. Dones necesarios para desarrollar la perfecta carrera universal, un desarrollo de vida real de infinita existencia en la inmensidad del firmamento. Una eternidad donde podamos ser útiles a otros seres inteligentes y ayudar a otras criaturas para que también alcancen sus propias metas. ¡Eso sí tiene sentido!
Mi corazón me dice que un ideal de esta naturaleza SÍ vale la pena. Un ideal así compensa sufrimientos, experiencias, costumbres, hábitos de toda clase… ¡Mis queridos hermanos! Este SÍ es el auténtico pensamiento y creencia en la que baso mi espiritualidad. Una espiritualidad fruto de experiencias vividas (y por vivir) aquí en este planeta, un mundo donde hay una mezcla de contrastes, vivencias y tendencias que me han conducido hasta este punto de reflexión y realidad universal.
Un cúmulo de sensaciones, una suma de sentimientos descubiertos en una Revelación (EL LIBRO DE URANTIA) que ha confirmado algo que ya era inherente en mi interior. «Algo» que inconscientemente ha cambiado mi vida; una demostración descubierta en esta obra maestra, que ha respondido perfectamente a mi inquietud interior, con contundentes afirmaciones, sin más preguntas, cuestiones o dudas pendientes.
Una revelación que en absoluto me garantiza sobrevivir o emerger de estas aguas turbias y contaminadas… ¡pero eso ya es mi responsabilidad única y exclusiva! ¡No dependo de nadie porque tengo la información y voy adquiriendo el conocimiento! Y aunque reconozco que no deja de preocuparme, soy consciente y valoro lo que implica esa libertad: la libertad del LIBRE ALBEDRÍO.